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El escribir sudcaliforniano

En las diferentes civilizaciones, ha ocurrido una ingente cantidad de procesos que han servido, con intención o sin ella, para moldear el panorama político y social de los mismos; desde que se tiene conocimiento de la posibilidad de plasmar por escrito los devenires de la vida diaria, se inicia fundamentalmente el concepto de historia como aquello que es susceptible de ser documentado.

Así, podría caber la siguiente pregunta: ¿Las consecuencias históricas son las que influyen en el modo de comunicar los sucesos, o viceversa? Al corresponder una posible respuesta a la historiografía, no nos queda más que acercarnos de botepronto a una respuesta atrevida y tentativa en el sentido de que la historia per se involucra una aportación directa al modo de comunicar las cosas.

En fechas recientes nuestra localidad ha sido testigo de hechos inéditos, dado el silencio cuasi virginal de hace 30 o 40 años en temas como crisis, inseguridad, carencia de valores, entre otros. Así, como extraña característica de esta Sudcalifornia como lo era su aparente tranquilidad ha sido de súbito rota. Nuevos temas como la captura de capos de la droga o la posible construcción de una mina a cielo abierto han motivado un nuevo debate sobre la realidad vigente en esta tierra.

Como es sabido, los medios de comunicación masiva, particularmente los audiovisuales, permiten al grueso de la población formarse una visión sobre los más variopintos temas y medir, a manera de rasero, de qué se apropia y qué se desecha de información; los acontecimientos mencionados anteriormente, para bien o para mal, y a su muy particular manera dejan en el sudcaliforniano común un antecedente que le permite a su vez formarse una opinión. Al ser los principales proveedores de información a nivel local la prensa escrita y la televisión (en menor medida el radio) cabe una pregunta obligada: ¿Se encuentran éstos a la altura de la historia o son simplemente rebasados por ella?

Haciendo una revisión crítica de los medios de los que disponemos, se puede advertir que tienen una fórmula en común: se hace prensa, y por ende opinión de una forma anquilosada en antiguas glorias y otras realidades, como si se pretendiera conservar a fuerza de nostalgias un statu quo ya perdido. Por ello, se hace hincapié en la necesidad de un cambio en la manera de escribir y de hacer historia, del «choyerismo» a ultranza a una nueva realidad incluyente en una sociedad que comienza a abrirse en flor a nuevos intercambios culturales.

Sirva el siguiente dato como ejemplo: en una entrevista reciente de una radiodifusora local, el titular de Protección Civil del estado hablaba sobre un asentamiento humano en la zona de San José del Cabo con cerca de ¡8 mil habitantes! Las oleadas de extranjeros y otros mexicanos en la zona donde se construye una economía de lo frívolo ¿No constituye por sí mismo un importante ejemplo de intercambio cultural, la posibilidad de una nueva construcción de horizontes?

En resumen, se hace necesario un replanteamiento de los modelos de los que disponemos para explicar la realidad, dado el contexto en el que se desenvuelve hoy en día nuestra sociedad en el estado. Las fórmulas y los lugares comunesde hace 25 o 30 años ya se han visto notoriamente agotados: una veta que podría ser explotada, a manera de sugerencia, lo constituyen las redes sociales (Twitter, Facebook), que en últimas fechas han dado un importante impulso a los medios tradicionales con una clara tendencia a la superación de los mismos. Por eso, creo en la importancia de una nueva visión del escribir sudcaliforniano, como una nueva y válida manera de hacer historia, y por ende, conocimiento.

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Escribir desde la informática (3 de 3)

(continúa)

Por ello, puede decirse también que el lenguaje de programación, entendido desde la experiencia del informático cumple con una función dual: la de proporcionar al usuario un canal entre el mundo tangible, expresada en la realidad mental de los modelos lógicos y la representación intangible de la solución al problema, así como la de proveer al usuario de una serie de respuestas inteligibles a la realidad, cuya génesis son los chispazos de unos y ceros citados páginas atrás.

En los compiladores formales de la mayoría de los lenguajes de programación, se pueden distinguir dos componentes que ayudan al procesamiento del texto: el analizador lexicográfico y el analizador sintáctico. El analizador lexicográfico cumple con la función de revisar la “ortografía” de lo que se escribe, mientras que el analizador sintáctico se encarga de la “gramática” y la coherencia respecto a la lógica que permite el funcionamiento adecuado de las reglas del juego.

Si establecemos así que un lenguaje de programación promedio, que cuenta con un léxico exótico provisto de ortografía y gramática, se rige mediante cánones y procedimientos para su uso,es comprensible para un determinado grupo como puede ser una lengua determinada para los hispanoparlantes o los angloparlantes y, finalmente, su uso genera resultados análogos a los del ciclo tradicional de comunicación, ¿no es semejante acaso a “nuestra” manera de comunicar la realidad?; el doctor Humberto González Galván en su ponencia “Presente-pasado y presente-futuro: filosofía y formación en Baja California Sur”[1] señala una distinción entre el hieros-logoe (contar con números) y el hieros-legain (contar con palabras) como el “divorcio” entre una visión lógica del mundo y una visión mitológica o imaginativa del mismo, a raíz del contexto histórico de la invasión doria a Grecia. Este hito histórico, huelga decir, derivó en el cuestionamiento entre los griegos sobre su realidad mitológica y la posterior separación entre la fantasía y el número, reservando la primera a las fábulas y epopeyas del imaginario popular.

Empero, con el paso del tiempo diversos autores advirtieron sobre la necesidad de una reconciliación entre el hieros-logoe y el hieros-legain, en el contexto del creciente proceso de deshumanización derivado de la revolución industrial y el Deus ex machina. Quizá sin proponérselo, el lenguaje de programación se ha erigido desde el punto de vista informático-humanista en el nicho más representativo de la convergencia entre contar con palabras (la imaginación y la creatividad de por medio) y el contar con números, dada la inevitable raigambre tecnificada de la computadora.

Hasta aquí hemos abordado el arte de escribir sólo desde el horizonte de la interacción hombre-máquina, pero ¿la génesis real del proceso empieza en el “paso cero” propuesto por Levine o comienza a gestarse antes? Dicha incógnita, empero, en muchas ocasiones es pasada por alto en el proceso universitario del aspirante a desarrollador. La causa primera de nuestro aprender a leer y escribir comienza, evidentemente, en la formación de estructuras de pensamiento que nos permiten identificar los conceptos que nos rodean y así comprender al mundo; retomando el ejemplo de la palabra “gato”, sólo puedo tener la idea de qué es cuando dispongo del molde mental correspondiente, pero con el tiempo el gato dejará de ser sólo el felino doméstico para ser concebido también como el instrumento para cambiar la llanta de un automóvil o un término despectivo. Por tanto, el concepto se preña de ideas y viceversa, la idea suele remontar a un concepto, creando así una dicotomía que ha sido objeto de estudio de los más diversos eruditos de la lengua.

En el contexto de la informática, tanto la presente como la pasada y por supuesto la futura, la unidad de medida en la balanza del quehacer del desarrollo de software trasciende la frialdad  de los bits y los bytes. La solución, parafraseando a Giordano Bruno, se erige como la causa, el principio y el uno [2] como el asunto inicial del proceso de hacer el programa o la página Web, como base para el proceso de resolución de la duda o la problemática planteada y como molde unívoco donde se plantea la culminación del trabajo. Así, la solución se levanta conceptualmente en forma de una idea. ¿Cual es la necesidad final del cliente? La respuesta, casi siempre suele ser variopinta y suele ir desde la simple proyección personal hasta la necesidad pecuniaria de lucro, pero el concepto que engloba la idea de la solución es el mismo del que se nutre la concepción capitalista del mundo: la globalización.

En el siglo XXI, la globalización se ha erigido como uno de los motores centrales de las actividades económicas y sociales del ser humano, expresado en conceptos de cercanía como los de “aldea global” de Mc Luhan o el de “convergencia” en las comunicaciones. Dicha explosión, se debe en gran parte a la creciente automatización de los procesos productivos, primero en la milicia, luego en el trabajo cotidiano y por último en la esfera de nuestra vida diaria.

Así, en aras de deshacer el mar a puñetazos y en una errada lógica de que rapidez implica necesariamente eficiencia y eficacia a la vez, se ha enquistado en el programador nonato una falsa idea sobre el cómo programar, puesto que se aborda más desde el punto de vista técnico (el hieros-logoe) la solución de los problemas, dejando de lado la paciencia y el arte de orfebrería que en realidad debería tener (el hieros-legain); si hacemos un rápido recuento de las cosas que han revolucionado la ciencia y la tecnología han tenido históricamente más de imaginación o mito que de técnica pura desde su nacimiento.

La propuesta, por tanto, consiste en formar la reconciliación entre el contar con números y el contar con palabras en el quehacer informático mediante la reimplantación de esquemas más cercanos a la filosofía pura y racional que al simple lassez-faire emergente que ha puesto en boga la globalización. A final de cuentas, si observamos a nuestro alrededor podemos constatar como los castillos de naipes creados por la panacea de dejar todo al libre albedrío del mercado se están yendo abajo. Si contamos con la herramienta de unión involuntaria del discurso del mito y el logos en los paradigmas de programación que hacen que la mayoría de los dispositivos electrónicos para nuestro divertimento funcionen, la revolución del software en nuestra vida diaria debería aprovecharse más allá de la simple funcionalidad y pasar a ser una actitud de comprensión del mundo tangible fuera de la computadora, para abandonar el tradicional banquillo del escriba y enarbolar la bandera del programador racional, que se apropia de lo mejor del mundo tangible y el intangible, y por tanto, capaz de volar al mismo tiempo con las alas del Pegaso de la fantasía y los pies del Mercurio alado de precisión matemática y exacta.


[1] González Galván, Humberto. “Presente-pasado y presente-futuro: filosofía y formación en Baja California Sur”, Ponencia presentada en el 3er Encuentro Estatal de Antropología e Historia, en La Paz, Baja California Sur, 23 de octubre de 2009. El trabajo fue facilitado por el autor.

 

[2] Una de las obras de Giordano Bruno (1548-1600) tenía este nombre: Causa, principio y uno.


Escribir desde la informática (2 de 3)

(continúa)

El oficio del informático, así podría dividirse en dos clases: como aquellos que se limitan a ser escribas de léxicos tan exóticos como híbridos del inglés y otros, los menos, que no sólo son escribas: tratan de aprehender lo que están haciendo. Esto se debe, en gran medida , a una de las más graves vicisitudes del transcribir un software: el tiempo. Los que sabemos como se hace un programa y los pasos a seguir, en la práctica muchas veces desdeñamos la importancia de un análisis somero sobre el problema a tratar, debido a que los problemas que se plantean en el ambiente universitario son muy distintos a lo que se espera fuera de las aulas: se da más prioridad a salir del paso y cumplir con el requisito que a comprender qué es lo que se pide.

Por ello, el informático, debido a la naturaleza de su trabajo, debería ser más orfebre que obrero, puesto que si un jarrón o una escultura requieren de tiempo y de paciencia para su culminación, el software de manera análoga tendrá que ser provisto del ingrediente original propio de las obras de arte: la creatividad, aunado a la técnica y al método. Para subsanar el obstáculo del tiempo, connotados académicos en la ciencia de la computación, crearon una especie de recetas de cocina que conocemos como metodologías o pasos a seguir.

Guillermo Levine en su obra “Computación y programación moderna” hace mención de un “paso cero” en la creación de software: entender el problema o la situación1,esto es, previamente a pasar a la construcción del programa tratar de establecer los parámetros sobre los que se va a trabajar con el fin de lograr un panorama más amplio. Parafraseando a las ideas de Platón, formar “el molde” sobre el cual vamos a imaginar, comprender y después resolver la problemática que se nos propone.

Posteriormente, el autor plantea hacer un análisis, ya en función de variables y constantes propias de la programación lineal, ya en función de los objetos y procedimientos que propone la POO, cuyo resultado es un esbozo casi siempre esquematizado del cómo resolver el problema. En este paso, huelga decir que se asume que se ha imaginado y comprendido lo que se desea hacer; lo que sigue es en sí mismo un juego de idas y vueltas: el esquema se hace de manera inteligible a un determinado software compilador, que al momento de ejecutar el programa, traduce del compilador a “lenguaje intermedio” y de ahí, a unos y ceros el resultado final, requiriendo incluso de un desdoblamiento hacia el compilador y viceversa. Programa habemus.

Y de ahí surge la paradoja del oficio: si sabemos que la aplicación de prácticamente cualquier ciencia lleva consigo el inevitable sendero de seguir un método que, evidentemente, implica tiempo y esfuerzo, ¿no es una ironía que gracias al mismo tiempo muchas de las veces el método no se siga al pie de la regla?

Hay muchas metodologías al respecto de como se debe hacer un software, tantas que un espacio como éste sería insuficiente para abarcar todas, pero huelga hacer mención de dos técnicas que han estado en boga desde hace algunos años: la programación extrema (o eXtreme Programming en inglés) que en teoría pinta como para facilitar las cosas al informático promedio al dar prioridad al hacer sobre el indagar, pero en la práctica considero una apuesta arriesgada, debido a que se puede lograr funcionalidad en el software sacrificando el “paso cero” debido a la premura del procedimiento, y si un programa cojea del pie del “paso cero”, todo lo demás será en vano.

La otra técnica, cuyo uso particular se centra en el desarrollo de sistemas en Web es el ciclo de vida denominado sashimi, en analogía a la presentación del sushi en forma de rodajas que se traslapan unas con otras. Así, los diferentes pasos del procedimiento suelen mezclarse unos con otros, pudiendo hacer el “paso cero” junto con el análisis e inclusive codificar durante el diseño conceptual, por lo que sobra hacer mención de las serias dificultades que implica el programar hasta la anarquía.

Tanto la “extreme programming” como el ciclo de vida sashimi, ejemplifican de manera contundente las desventajas del hacer sobre el indagar, ya que no sólo el tiempo se muestra como obstáculo, sino que entra en juego un factor más: la confianza entre dos partes, la que toma las decisiones sobre lo que quiere, encarnada por el cliente y la otra que debe cubrir los requerimientos, encarnada en el programador de carne y hueso. ¿Qué pasa cuando no hay acuerdo entre lo que se quiere y lo que se tiene?

Por consiguiente, no debe concebirse la metodología como una panacea para eficientar el proceso de escribir, sino inducir al programador a hacer previamente un análisis detallado y tomar de ahí los elementos contingentes para plasmar, en un léxico exótico, lo que se desea hacer. El detalle es que, de acuerdo a Levine, en la formación superior del informático este es un aspecto que se cuida poco, dando prioridad al “codificar” cayendo en el síndrome del simple escriba sobre el “programar” mediante una serie de pasos rigurosos.

Otro aspecto a señalar tocante al quehacer informático es el siguiente: ¿Dónde empieza el desarrollador a aprehender el léxico en el que está trabajando? En el lenguaje de programación, como en la vida, puede haber más de una manera de decir las cosas. ¿Cómo determino yo, programador, que debo usar un “for” en vez de un “while” para hacer y dejar hacer que una instrucción se ejecute correctamente?; la elección quizás se reduzca a una mera cuestión de estética o de eficiencia. Esta constituye una analogía crucial entre el escribir con dígitos y el escribir con palabras, puesto que en el desarrollo de software hay más de una vía para expresar una idea, al igual que en el ámbito humano.

Tomemos como ejemplo la palabra “gato”. Dicha palabra por sí sola me remitiría al concepto que muchos de nosotros tenemos de estos animales: del género felino, domesticables, que maullan, entre otras características. Aunque también alude al instrumento para cambiar las llantas de los automóviles, hay una exigencia de por medio: representar, mediante una palabra, el mismo concepto del gato como felino; así tenemos las palabras minino, micifuz, etc.

En la programación promedio, nuestro “gato” sería aquello que el cliente nos solicita que haga o deje de hacer el software o página de Internet que nos ha encomendado. A diferencia de las metodologías, que tienen en común un trayecto casi semejante para hacer las cosas, el programador cuenta con el libre albedrío de llegar al quid de lo que se pide por el camino que desee, siempre y cuando cuente con el respaldo de los cánones del lenguaje que está explotando.

Finalmente, para agotar el punto relativo a las experiencias del proceso de programación, cabría hacer mención también del como el aspirante a desarrollador aprende a codificar las instrucciones, siendo este punto sin duda uno de los más cruciales para llevar a buen término en el arte de plasmar en el léxico exótico las soluciones. La interpretación que se puede construir respecto al lenguaje, a diferencia del ámbito formal de la comunicación escrita, es unívoca y cerrada, lo que constituye una peculiaridad de la programación por si misma. Tomo otro ejemplo trivial: si yo digo “el perro azul corre por la pradera”, el léxico exótico reconoce varias clases de perros pero ninguno azul, por lo que descarta la expresión. Así, el lenguaje de programación se asemeja al humano en la construcción de vías para decir las cosas, pero deja de lado la metáfora, quedando sólo en el plano de la realidad.

 


Escribir desde la informática (1 de 3)

El presente post es un intento de ensayo para efectos de un concurso interno que habrá en la UABCS de expresión literaria. Por lo pronto, el lector podrá hacer 3 distinciones:

1. Contexto histórico: el número versus la palabra

2. La actividad del informático: el quehacer al escribir el software

3. La programación como cohesión de la palabra y el número

A continuación, la primera parte y el resto en los posts siguientes.

El proceso de la expresión oral y escrita en la vida real conlleva una serie de reglas y cánones a los que, por regla general, hay que apegarse para una mejor consecución de las ideas a través de los significados. Sin embargo, hay otras clases de expresión en nuestra vida diaria, entre ellas una con la que estamos en contacto durante casi todo el tiempo: el software.

El software, a imagen y semejanza de nuestra expresión real, también se sirve de reglas y parámetros sintácticos cuyo resultado final es el programa, la página Web, el mecanismo, el funcionamiento tangible de la tecnología entendida en términos de hardware. ¿Es análoga la generación de ideas a partir de la máquina a nuestra percepción de ideas a partir de significados?

Comencemos, literalmente hablando, con la piedra angular donde el ser humano comenzó a construir su particular visión del mundo: las cavernas. No podría entenderse nuestra concepción de la historia sin escritura, por lo que hay un antes y un después desde que el homo sapiens sapiens plasmó escenas de caza o recolección en las paredes o simplemente comenzó a esbozar el concepto de Dios. De ahí surgió otra necesidad: la de cuantificar, con conceptos fijos más que con ideas al vuelo los mamuts que había cazado o los frutos producto de su faena diaria. Con la idea de cuantificar, surgió el número.

Una tarea relativamente sencilla en un principio, que podía hacerse con la suma de los dedos de las manos, y en casos extremos también los de los pies, terminó haciéndose cada vez más compleja y le fueron insuficientes al hombre los instrumentos con los que contaba en ese momento, por lo que, a la par del desarrollo del arco y la flecha y los aditamentos de labranza, se inventó para si mismo un sistema para expresar los dígitos. Por tanto, el alma mater del cómputo moderno no necesariamente se le atribuiría a la Lady Lovelace del XIX, sino a cualquier caverna perdida en el anonimato de los tiempos.

Después de milenios de historia, se inicia la transición de la piedra a materiales más maleables, tales como el cuero o el papiro hasta llegar al papel. Al mismo tiempo, la escritura comenzó a adquirir un nuevo orden: de los dibujos primitivos se pasaría a sistemas establecidos de caracteres, y en muchas culturas occidentales hasta el alfabeto.¿y la otra inquietud, la de contar? También se incorporó al concierto de las revoluciones de la época mediante otra clase de caracteres, sólo que ya no expresaban ideas, sino algo más pragmático: del dígito, cuyo padre eran los dedos de la mano etimológicamente hablando se daba el salto al número, que al igual que Cronos en el mito de la Teogonía, tomaría el poder del Júpiter del pre-conocimiento matemático1. Se comienza a distinguir, pues, entre el contar con palabras y el contar, así a secas, con números.

Como muchas cosas en la vida, las definiciones de contar fueron víctimas de la metamorfosis de los tiempos, y el uso del papel y la tinta por si mismos no iba a llenar la inquietud que siguió: el hacer los procesos de una manera más expedita, no sólo por rapidez y conveniencia simple, sino para construir una evolución de las ideas que expresaban. Gutenberg y Pascal, respectivamente, harían posible la evolución mediante la revolución expresada en la imprenta y la Pascalina.

¿Qué seguiría después? La historia es de todos conocida: el triunfo de la Pascalina como una de las bases para la revolución industrial, y posteriormente, el inicio de la era conocida como “de la información”. A pesar de que se cree, en este contexto, que la escritura parecía quedarse desfasada frente al número, ambas convergerían en un instrumento más: la computadora. Así mismo, surgiría otro Zeus que derribaría el poder del número desnudo, el dígito, pero ya no en función de los dedos de las manos, sino en señales degeneradas a unos y ceros.

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Mis two cents sobre la huelga de la UABCS

Como algunos de ustedes saben, he decidido comenzar una nueva faceta en mi vida profesional en la UABCS desde hace un mes, por motivos que no viene al caso comentar en este espacio; lo que si cabe comentar es respecto a la huelga que tiene detenida a la máxima casa de estudios en el estado, que a su vez ha devenido en un movimiento estudiantil sin precedentes en los últimos años (pido que me corrijan si estoy equivocado en esta afirmación).

Más allá de la peregrina idea de manifestarse en pos del regreso a las aulas, habría que analizar, a mi juicio, que tanta culpa tienen en realidad los principales involucrados en el affaire financiero. Como muchos sabemos, paradojicamente desde el mismo sistema político y social actual, se está promoviendo la ignorancia y la tecnificación en aras del «saber hacer» antes del «saber pensar». Y eso en todos lados. Si alguien de los que integra el movimiento llega a leer estas líneas, le invito a revisar el Proceso de Bolonia, recientemente aprobado en Europa.

La tendencia actual, reitero, es convertir al educando en un simple ente que se limite solamente a conocer lo «indispensable» para su aplicación práctica (quizá esto justifique barbaridades como esta).

Y pienso que este es un filón que podría explotar el movimiento estudiantil vigente en Baja California Sur: hacer una revisión crítica del molde en que se están desarrollando las condiciones educativas actuales, particularmente en la educación superior; más allá de pedir simplemente el inicio de clases, debería hacerse extensivo el indagar el porque de esta situación, más allá de filias o de fobias políticas. Ojo, no se trata de hacer política, señores: es algo tan simple como el sentido común.

En el estado, ocurre un fenómeno curioso con la mayoría de las expresiones sociales que surgen a raíz de un acontecimiento político, académico o social (destacando el movimiento magisterial en el estado como ejemplo de continuidad): tienen un punto álgido, aparecen en los medios de comunicación, realizan toda clase de manifestaciones, y cuando la situación por la que se originó dicho movimiento se resuelve o simplemente deja de «estar de moda», se van por donde vinieron. Como el agua se pierde entre los dedos.

Por este conducto, hago una invitación como dos veces universitario y como persona a seguir echándole ganas y que no quede en simplemente buenas intenciones, sino que esta coyuntura provoque un verdadero análisis y por ende, la búsqueda de una satisfactoria solución de la situación en la escuela pública superior en el estado y en México.

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La necesidad de una filosofía para la informática

El problema primordial del ser humano desde que empezó a ser dotado de raciocinio es, invariablemente, buscar una explicación a los sucesos que ocurren a su alrededor. En base a esta necesidad, comenzaron a surgir en los albores de la civilización sistemas y métodos de conocimiento, y por ende, la aplicación de los mismos en ramas cada vez más especificas.

Ciertos autores manejan tres grandes etapas en la historia humana: la primera empezaría en los primeros avances en la agricultura, el surgimiento de la escritura, la recolección, los sistemas de creencias; las primeras civilizaciones, pues. Posteriormente, puede diferenciarse una segunda etapa en los albores de la revolución industrial y la posterior introducción de las primeras máquinas y el trabajo industrial.

Por último, mención aparte merece el tercer hito de este circulo vicioso: la automatización del cúmulo de información y su distribución a velocidades insospechadas gracias a la ulterior expansión de las “super redes”, amén de la popularización de las computadoras y a su vez la paradoja que implica el concepto de “aldea global”.

Muchos creen, hoy más que nunca, que todo está dicho, que no hay más que agregar al caldo de cultivo de nuestro conocimiento, que es menester y obligatorio más avanzar que retroceder, apostar más a la “innovación” y dejar atrás la obsolescencia. Y aquí ocurre que no es así.

Si ya se tiene una revolución encima que es evidente que llegó para quedarse, ¿porqué no aprovechar la coyuntura, las preguntas y las respuestas para lograr encauzar dicha revolución de una mejor manera?; usar una computadora, hoy día, es más que el proceso ingenuo de emisor- receptor típico de las estructuras tradicionales de la comunicación. Se puede ser también emisor y/o receptor omnipotente. Crear, sugerir, responder o cuestionar.

Y he aquí la necesidad de empezar, valga la redundancia de la frase, desde el principio.

¿Porqué no plantear la necesidad de unir la más antigua, la madre de todas las ciencias en franca comunión con su hija rebelde, con la causante de la revolución más importante en las últimas décadas?

Quizá pueda sonar descabellado involucrar a la filosofía con la informática per se , bajo la rigidez de una materia simple de relleno como se quiere ver en algunos modelos trogloditas como el nuestro. No. Propongo a la filosofía como el punto de partida para la comprensión de los actuales paradigmas que nos rigen, y en consecuencia, lograr un mejor aprovechamiento de la herramienta más invencible, aun, que cualquier computadora: la razón.

UPDATE A LA PRESENTE (1 agosto 2009):

Post disponible para descarga en Google Docs. Aquí el link.

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Los alrededores de una profesión (parte uno)

Homero Francisco Salgado Pérez

16 de febrero 2009

A Carmen Zenia, por su bautizo de fuego.

«Los profesionistas en México han sido los más castigados por la crisis, el 35% quedó desempleado en 2008, contra el 8.6% de los trabajadores con estudios de primaria incompletos…»

-Desempleo noquea a profesionistas, 23 de enero 2009 en CNNexpansión.com

 

Hoy en día, es cada vez más asequible para el estudiante promedio el poder aspirar a una carrera universitaria (muchas veces mediante aranceles estratosféricos de por medio). Pasan cinco años, y al finalizar la ceremonia de graduación, en el boato del festejo al nuevo licenciado o ingeniero de marras se plantea una pregunta: ¿qué voy a hacer?, misma que busca ser respondida al día siguiente por los que están dispuestos a comerse el mundo a bocados. Sin embargo, hay (habemos, diría yo) muchos que no encuentran la respuesta hoy, mañana, y siendo un poco fatídicos, a veces nunca.

 

Hace dos años escribía en este espacio sobre la importancia de generar una nueva cultura sobre los estudios universitarios, en partícular por las áreas técnicas, y había en particular una frase que creo levanto cierta ámpula en más de un lector; afirmaba que en México se educa al profesionista para ser esclavo, pero esta «esclavitud» no requiere propiamente de ataduras físicas, sino morales. ¿Cómo concebir hoy día, y máxime en época de crisis y recesiones, un modelo laboral idóneo para la clase trabajadora y los microempresarios, así como para el sensible tejido de la sociedad que les rodea?

 

Retomo este planteamiento: se nos inculca falazmente, que a mayores rangos académicos o de estudio se redundará en una mejor posición económica y por ende, social. Pero, ¿cual es la situación actual de muchos jovenes que creyeron en este «discurso»? Al momento de escribir estas líneas, aproximadamente 57% de la fuerza laboral sumida en el desempleo se compone de profesionistas (El Economista, 2 de febrero de 2009), sobre todo en la zona metropolitana de la Ciudad de México y el sur del país. Se preguntaran muchos lectores el porqué de este garbanzo de a libra: lamentablemente la realidad, terca como siempre, nos muestra contadores en taxis o abogados vendedores de hot-dogs, y en muchos sectores de la población que no tienen la posibilidad de «comprar» un mejor estatus profesional, el título profesional bien podría serles más útil de papel sanitario.

 

¿Cual es el quid del asunto? el panorama mundial, como muchos sabemos, pinta más que desolador para una buena parte de la clase trabajadora en México, y los profesionistas con lanza en ristre como tristes caballeros andantes no es la excepción. Por ende, hace falta, en mi opinión, un cambio radical en el modelo ya no digamos económico, sino social (perdón si les parece pretenciosa esta afirmación); pero ¡ay de nosotros que seguimos optando por los placebos que nos proporcionan los arlequines del neoliberalismo! O diganme, ¿acaso no es como para una mentada de madre que el problema de la crisis se reduzca a darle un beso a nuestros hijos o a un catarrito que no nació donde Carstens, sino que ya va para cuatro sexenios cuando menos?

 

Yo en su momento propuse que debería darle mayor importancia al formar alumnos en educación superior en las subramas de la filosofía, con el fin de crear en el profesionista una nueva conciencia sobre la labor que debe desempeñar para con la sociedad y por supuesto, para con su mismo campo de trabajo. ¿De qué diablos le serviría a un ingeniero civil o a un informático las reglas de la lógica, por ejemplo? muy simple: para tener nuevas herramientas de pensamiento, mejorar las existentes y formarse un hábito crítico. No todo en la vida se resuelve con saber inglés y hoja de cálculo, carajo. Pero para tristeza de muchos, en un sistema social como el nuestro, las personas con hábito crítico, profesionistas o no, son vapuleados con más de un adjetivo peyorativo, y vaya, nunca faltan las bestias que dicen que ser «crítico» no es tan rentable comercialmente hablando.

 

Concluyo citando a un tío que decía «haz aquello que amas y ama lo que haces»; creo que si puedes innovar e ir más allá en tu trabajo, por más simple que sea, mucho mejor.

 

ACTUALIZACION:

Hoy, 27 de febrero de 2009, al escribir estas líneas, se me comunica mi triunfal regreso al INEGI, pero no de la manera que creía. ¿Simple karma o fatalidad inevitable de la crisis?

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Al día siguiente no murió nadie

En días recientes se ha hablado del papel que el Estado mexicano debería asumir en el combate a la inseguridad, de acuerdo al pomposamente llamado “plan de los 100 días” o algo así; entre las propuestas al respecto destaca la necesidad- artificial, en mi opinión- de reimplantar la polémica pena de muerte a los secuestradores. ¿En realidad se requiere de un paliativo o basta hacer algo más definitivo en el modelo político y social del país?

A casi nadie de los que leen estas líneas les es desconocido la situación actual sobre los índices de delincuencia en muchas ciudades y pueblos de México; actualmente en muchas partes, incluso en aquellos lugares donde no era tan característico dicho fenómeno es difícil salir a la calle sin tener desasosiego. Por un lado la preocupación cotidiana de la gente de a pie, por el otro la alimentación premeditada del morbo traducido en ventas y rating de notas sensacionalistas o scores sin escrúpulos, es imposible banalizar una verdad de Perogrullo: algo está pasando.

Y cuando algo está pasando en el seno de la sociedad, la clase política se ha caracterizado por sexenios por minimizar el problema o bien de atacarlo de la manera más deficiente (recuérdese el “Ni los veo ni los oigo”, el “¿Y yo por qué?”, o el más recientemente teorema del catarrito crónico de la economía). Un claro ejemplo de esto es la polémica propuesta de revivir la pena de muerte en el estado de Coahuila, aprobada recientemente por el congreso local. Esta decisión, evidentemente ha causado ámpula en la opinión pública, a favor o en contra. El águila o sol característico de la cosa pública.

En primer lugar, la situación obliga a un serio análisis donde se está omitiendo, para bien o para mal, la pregunta necesaria, el santo quid del asunto: ¿Por qué?; no olvidemos que a lo largo de la historia, el sistema de impartición de justicia ha sido más conocido por su proclividad a proteger la impunidad en aras de mantener el status quo de los que se enriquecen a costa del dolor del populacho.

Si, ciertamente es reprobable cuando uno se entera de secuestros, asesinatos, “fusilamientos” y “levantones” en masa y desearía, como cualquier ser humano con pros y contras, que algo contundente pasara para acabar con el problema, y más aun si dicho desaguisado se vive en carne propia. Ciertamente es fácil irse con la finta de adoptar soluciones simplistas como la pena de muerte, pero si tomamos la premisa mencionada líneas atrás sobre la característica más infame del sistema judicial, suena irresponsable si consideramos el riesgo de emitir juicios a priori sobre alguien inocente o la simple conveniencia de cobrar facturas de corte personal o político.

Es difícil ver una solución viable en el corto plazo, pero creo que la clave del asunto está en un renglón que se ha descuidado considerablemente a últimas fechas: la valoración del individuo en la sociedad y el significado de conceptos tan reales como ciertos como ética, responsabilidad, libertad y sobre todo, conciencia del entorno. A la larga, es más viable replantear sobre el modelo social que se trata de inculcar al ser humano desde las aulas, que la construcción de cárceles, centros de rehabilitación o ghettos donde se trate al individuo como un ser más cercano al cerdo que al homo sapiens. Sabemos que el delincuente, secuestrador, asesino o violador no siente muchas de las veces placer mismo en su conducta, sino la “satisfacción” de una necesidad que se ha visto imposibilitado de cubrir por las vías convencionales, que en varias ocasiones son taponadas por malas decisiones sociales y políticas.

Asimismo, por su parte el Estado debe predicar con el ejemplo, no sólo castigando la impunidad en pequeño, sino también aplicando todo el rigor de la ley a los delincuentes de los que no hablan los grandes medios: los de cuello blanco, los que explotan la condición humana y sobre todo, los que lucran con la necesidad del individuo sin mayor escrúpulo. De lo contrario, se corre el riesgo de que se haga una paráfrasis de la cita de otro afectado por la delincuencia, de Alejandro Martí: “si no pueden los corremos”.

Otro post más desde las costas de la Península Barataria.

REFERENCIAS: